Opinión

¿Se abre la política a la sociedad civil?

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La campaña precipita los fichajes del “otro lado” pese a la hostilidad que alimentan los partidos

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El fichaje de Pepu Hernández como aspirante a la alcaldía de Madrid ha introducido un corpulento desembarco de la sociedad civil —y militar— en las listas electorales. Ya había marcado Sánchez el camino con la pedagogía de su Consejo de Ministros —Grande Marlaska, Duque, Huerta…— , pero han terminado secundándolo los demás partidos políticos, unas veces pescando en las aguas del populismo —Juan José Cortés (PP)—, otras recurriendo a la eficacia empresarial —Marcos de Quinto (Ciudadanos)—, al ámbito judicial —Edmundo Val (C’s)—, a la notoriedad mediática —Montesinos, Álvarez de Toledo (PP)— o la insólita proliferación de exmilitares.

Más que una lista electoral, se diría que Vox está formando un Consejo de guerra y enfatizando su idiosincrasia castrense y ultraderechista. No porque haya recurrido a la categoría de los generales retirados, homologables en sus derechos ciudadanos a cualquier civil, sino porque se ha especializado en los afectos al franquismo y en los nostálgicos del nacional-catolicismo.

La pintoresca irrupción castrense no contradice el interés que reviste el acercamiento de la política a la sociedad civil. En realidad, son conceptos indivisibles: la política es la sociedad y la sociedad es la política, pero la fiebre de fichajes, cosméticos o no, tanto sobrentiende la conciencia de un aislamiento como pretende asear el desprestigio de los partidos.

Puede atribuirse a ellos la depauperación del hábitat. La corrupción los ha desacreditado y hasta denigrado, pero también han contribuido la virulencia de sus relaciones y sus mecanismos autodestructivos. Lo demuestra el ajuste de cuentas de las listas electorales, una crisis darwinista que Sánchez y Casado han compaginado con la maniobra de apertura a la sociedad civil.

Tienen mérito los “voluntarios” porque dedicarse a la política ha llegado a convertirse en un ejercicio de heroísmo. No para quienes la ejercen desde el solipsismo, la carrera, la abnegación gremial, sino para quienes han decidido exponerse a las contraindicaciones conscientes de que su experiencia profesional “en el otro lado” contribuye al funcionamiento de la sociedad.

La política está mal remunerada porque los políticos han convenido depauperar los sueldos para hacerse tolerar. La política expone a los aspirantes a un ejercicio de pureza retrospectiva: un tuit impropio, una estrategia fiscal o un comentario extemporáneo pueden malograr la aventura.

La política convierte una imputación en la garantía de una muerte civil. La política escruta la vida privada hasta la persecución. La política limita o condiciona el regreso a la actividad privada en cuanto haya el menor atisbo de conflicto de intereses.

Se trata de estimular un camino de perfección, pero no está claro si para atraer candidatos o para ahuyentarlos en la custodia del viejo sistema.

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