Opinión

El nudo gordiano vasco

0

A la izquierda abertzale le falta dar el paso decisivo: reconocer que los asesinatos de ETA no tuvieron justificación política

En la reciente representación de Los otros Gondra en el madrileño Teatro Español, su protagonista entregaba a una familiar, exmilitante de Batasuna, las 34 cartas de extorsión que su primo, un empresario vasco, había recibido de ETA durante años. La exmilitante de Batasuna leía las cartas y escribía “perdón” en el dorso. La obra finalizaba con la quema de las cartas por su protagonista. Esta escena teatral refleja certeramente el momento vasco al señalar el nudo gordiano del que pende su convivencia, una vez cesado el terrorismo: leer bien la página antes de pasarla. En clave política, la necesidad de que la izquierda abertzale haga autocrítica de su pasada complicidad con ETA.

Desde finales de los noventa y, sobre todo, desde el cese del terrorismo en 2011, las víctimas son la referencia de la sociedad vasca, alentadas por unas instituciones —Gobierno vasco, incluido— que han reconocido su insensibilidad hacia ellas en los años de plomo. La izquierda abertzale no es suficientemente consciente del cambio social en Euskadi, que certifican los sondeos: las víctimas necesitan el reconocimiento de que sus familiares fueron injustamente asesinados para pasar página.

La existencia de víctimas de la guerra sucia —cuyos derechos deben ser iguales a las de ETA— no le exime de la autocrítica porque dicha guerra, a diferencia de ETA, ni tuvo proyecto político ni respaldo social, además de desaparecer 30 años antes.

La izquierda abertzale ha dado recientemente algunos pasos como su inédita participación en el homenaje a un policía nacional asesinado o la petición de “disculpas” de Etxerat (asociación de presos etarras) a las víctimas de ETA. Pero, a su vez, continúan los recibimientos públicos a presos excarcelados que reabren heridas a las víctimas y Bildu rechazó participar en la conmemoración del Día de las Víctimas, el 11 de marzo, porque denunciaba la injusticia del terrorismo etarra.

Sus tensiones internas le impiden dar el paso decisivo: reconocer que los asesinatos de ETA no tuvieron justificación política una vez que la Ley de Amnistía de 1977 excarceló a todos los presos etarras. Es el principal obstáculo para que en Euskadi exista un relato mínimamente compartido sobre el pasado terrorista, cuya consecuencia es el bloqueo de la ponencia de Convivencia del Parlamento vasco, constituida tras desaparecer el terrorismo. Ese reconocimiento es clave para lograr su distensión con las víctimas y educar a las generaciones jóvenes para no repetir la historia.

Desatar ese nudo gordiano favorecería a la izquierda abertzale para normalizar totalmente sus relaciones políticas. También a los presos etarras. El ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, ha asumido explícitamente lo que el Gobierno de Rajoy no osó: desaparecida ETA, cambiar la política penitenciaria y activar la reinserción de sus presos. Ha acercado a 25 de los 229 reclusos etarras a cárceles próximas a Euskadi. Un 90% de ellos está en primer grado, el más duro, y un centenar ha solicitado cambiar al segundo. El reconocimiento autocrítico de la izquierda abertzale les estimularía a ejercer la autocrítica, requisito legal para alcanzar el cambio de grado. Su autocrítica facilitaría el reconocimiento del Gobierno de turno de la existencia de la guerra sucia, de la práctica de las torturas y del tratamiento discriminatorio a sus víctimas.

El ciclo del terrorismo en Euskadi debe cerrarse bien y evitar lo sucedido con el franquismo, cuyo fantasma regresa al permanecer pendientes asuntos tan graves como las víctimas enterradas en fosas, la eliminación de símbolos de la dictadura o la exhumación del dictador del Valle de los Caídos.

Por si fuera poco, a la autocrítica pendiente de la izquierda abertzale se añade otro obstáculo para un buen cierre del ciclo terrorista: el PP de Casado. Como representante de una nueva generación, que alcanza su responsabilidad con una ETA disuelta, cabía pensar que contribuiría a cerrar heridas. Pero, hostigado por Vox, vuelve a los peores tiempos del PP de utilización partidista del terrorismo y de crispación. Utiliza el doble rasero de despreciar las demandas de las víctimas del franquismo, como reliquias del pasado, y exaltar las del terrorismo etarra cesado en 2011 cuando el tratamiento debe ser equitativo. Acude a Alsasua, escenario de la paliza de unos exaltados a unos guardias civiles hace dos años y medio, para presentar lo que hoy es un hecho excepcional como la reaparición de la kale borroka ante la “indiferencia” gubernamental. Cuestiona una decisión judicial tan sensible como la autoría del yihadismo del atentado del 11-M. Irrita a las asociaciones de víctimas, tras intentar enfrentarlas con el Gobierno por cumplir la legislación, acercando presos etarras a cárceles vascas.

El sector más reaccionario de la izquierda abertzale utiliza el comportamiento partidista de Casado como excusa para bloquear su avance hacia la autocrítica y promover el enfrentamiento con el Estado. Lo que muestra que, finalizado el terrorismo, esta derecha carece de un proyecto de convivencia para Euskadi y que su política es la confrontación. Su regreso al Gobierno complicaría el cierre total del ciclo terrorista.

Puedes seguir EL PAÍS Opinión en Facebook, Twitter o suscribirte aquí a la Newsletter.

‘Duplicados’ (5/6)

Previous article

Los lugares de la memoria

Next article

You may also like

Comments

Leave a reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

More in Opinión